La discriminación por edad, muchas veces conocida como edadismo, es un problema que afecta a personas de todas las edades, pero que se vuelve especialmente notorio en las personas mayores. Estos prejuicios surgen en gran medida debido a la cultura y a la sociedad que construimos, que nos lleva a establecer valoraciones sobre las personas en función de su edad y de los estereotipos y construcciones culturales que existen en torno a ella.
Los prejuicios en torno a las personas mayores se han forjado históricamente en nuestra sociedad. Desde antiguo se ha asociado a la vejez con una pérdida de facultades físicas, mentales y emocionales. Pero la realidad es que no todas las personas mayores sufren este tipo de pérdidas y, en cambio, tienen muchas otras capacidades que se desarrollan gracias a la experiencia y la sabiduría que se van adquiriendo a través de los años.
Otro fenómeno que ha contribuido a hacer crecer la discriminación por edad es la economía y el mercado laboral. Como sociedad, siempre hemos valorado el trabajo y, por lo tanto, hemos establecido relaciones de poder en torno a él. Las personas mayores, al no poder competir con gente más joven en algunos trabajos, han sido tradicionalmente relegadas a empleos de menor cualificación, a la jubilación anticipada y a la exclusión social. A esto se le suma la creencia equivocada de que las personas mayores tienen menos capacidad de aprendizaje y adaptación, lo cual en muchos casos es falso.
A lo largo del tiempo, se han creado numerosos estereotipos que influyen en la percepción que se tiene de las personas mayores. Estos estereotipos suelen ser negativos y denigrantes. Se espera de las personas mayores que sean menos activas, menos felices y menos participativas en la sociedad. También se les atribuyen características negativas en cuanto a su capacidad emocional, su capacidad cognitiva y su capacidad física.
Algunos de los estereotipos más comunes son que las personas mayores son solitarias, arrugadas, fechas, desmemoriadas, lerdas, frágiles y sordas. Estos prejuicios son persistentes y se reproducen en todas las esferas de la vida, como el trabajo, la publicidad, los programas de televisión o los videojuegos.
La discriminación por edad se refleja especialmente en el mercado laboral. Las personas mayores suelen ser estereotipadas como menos productivas, menos flexibles, menos motivadas y más caras que las personas jóvenes. Esto lleva a que a menudo se les excluya de los procesos de selección, se les despida de manera injustificada o se les obligue a prejubilarse.
Este tipo de discriminación tiene importantes consecuencias económicas, ya que las personas mayores que pierden su trabajo tardan más tiempo en encontrar otro y suelen acceder a peores condiciones laborales. Además, esta situación puede tener consecuencias emocionales graves en forma de depresión, ansiedad o baja autoestima.
El edadismo también influye en la atención sanitaria que reciben las personas mayores. A menudo se tiende a pensar que los problemas de salud que sufren las personas mayores son normales debido a su edad. Eso significa que se realizan menos pruebas médicas y se prescribe menos medicación para las personas mayores que para las personas jóvenes con los mismos síntomas.
Asimismo, se observa una mayor tendencia a medicalizar a las personas mayores y a limitar su autonomía y decisiones en cuanto a su propio cuerpo y tratamiento se refiere. En algunos casos, incluso se toman decisiones sobre su vida y su muerte sin que ellas sean consultadas, lo cual es una grave violación de sus derechos.
El primer paso para combatir los prejuicios es tomar conciencia de ellos. Es importante que como sociedad entendamos que la discriminación por edad es una forma más de discriminación y que, por lo tanto, todos tenemos una responsabilidad para erradicarla. Esto implica cuestionar los estereotipos que existen en torno a la vejez y tratarse con respeto, amabilidad y empatía a las personas mayores.
También es importante visibilizar a las personas mayores en los medios de comunicación, la literatura, la publicidad y otros espacios en los que su presencia suele estar infrarrepresentada. Promover proyectos y actividades que involucren a las personas mayores, y no solo como meros participantes, sino también como actores culturales y sociales activos, puede ser una buena opción para romper el estereotipo que se tiene de ellas.
En el ámbito laboral, es fundamental abrir espacios para que las personas mayores puedan seguir trabajando y desarrollando su potencial. Esto implica desarrollar programas de reciclaje y formación para ellas, así como promover una cultura empresarial que no discrimine por edad.
Combatir el edadismo es un trabajo de todos. Los prejuicios en torno a las personas mayores no solo afectan a ellas directamente, sino que tienen implicaciones mucho más amplias en el conjunto de la sociedad. Es preciso reflexionar sobre nuestras actitudes y comportamientos hacia las personas mayores, de modo que podamos crear una cultura más inclusiva que valore la diversidad y la experiencia de todas las personas, independientemente de su edad.